Hay algo en Halloween que despierta la niña que fuimos. Esa emoción de disfrazarse, de correr con una linterna por la casa, de escuchar pasos falsos y risas que se escapan entre sombras. Y ahora, con nuestros hijos, ese mismo espíritu se multiplica. Ellos esperan el dulce, el susto, la aventura… pero sobre todo, esperan nuestra complicidad.

No hace falta un gran presupuesto ni una decoración digna de película. Lo que hace mágico este día es la risa compartida, la creatividad sin reglas, los sustos torpes y ese brillo en sus ojos cuando todo parece un juego infinito. Aquí tienes 10 actividades para hacer con tus hijos este Halloween, para reír, ensuciarse un poco y crear recuerdos que se quedarán rondando, como fantasmas felices, en la memoria de ambos.

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1. Noche de disfraces caseros

No hay nada más lindo que ver a un niño crear su propio disfraz con lo que tiene a mano. No hace falta gastar dinero ni buscar perfección. Basta con abrir el armario, revolver las cajas viejas y dejar que la imaginación haga su trabajo.

Esa falda vieja puede convertirse en capa, una camiseta negra en traje de vampiro, una sábana rota en fantasma elegante. Y lo mejor: tú también puedes participar. Haz tu disfraz junto a ellos, ríe, prueba, juega. Que te vean disfrutar, no solo dirigir.

Esa noche, el salón se transforma en pasarela. Cada uno camina con su “creación”, mientras los demás aplauden o inventan un nombre para el personaje. Lo importante no es verse perfectos, sino sentirse poderosos. Porque en el fondo, disfrazarse es una forma de ser libre: de jugar a ser otros por un rato, sin miedo, sin juicios, solo por el placer de imaginar.

Y cuando todo termina, guarda una foto, aunque esté borrosa. En unos años, esa imagen será un pedazo de tu memoria más bonita: los niños con la cara pintada, tú riendo con un sombrero ridículo… y esa sensación de haber estado juntos de verdad.

2. Búsqueda del tesoro embrujada

Esta es una de esas ideas que parecen simples, pero dejan huella. Prepara una búsqueda del tesoro mágica, con pistas escondidas por toda la casa o el jardín. Pueden ser notas escritas en papel viejo, dibujadas con tinta roja o quemadas en los bordes para darles ese toque “embrujado”. El premio no tiene que ser algo costoso: puede ser una bolsa de caramelos, una linterna con forma de calabaza o una carta con un mensaje divertido.

La clave está en la atmósfera. Apaga algunas luces, pon música de fondo (algo suave y misterioso), y usa una linterna para leer las pistas. Cada pista puede tener una pequeña prenda o reto: “ríe como una bruja”, “camina como un zombi”, “di un hechizo inventado”. La risa es inevitable. Y también, ese tipo de miedo dulce que solo se siente cuando sabes que estás a salvo.

Los niños adoran cuando el mundo cotidiano se convierte en juego. No olvidarán que mamá o papá fueron parte del hechizo, ni la emoción de encontrar el tesoro final gritando todos juntos. Esos son los recuerdos que curan los días grises.

3. Concurso de risas terroríficas

Sí, leíste bien: risas terroríficas. No sustos, no gritos… risas. Es una actividad perfecta para liberar tensiones y convertir el miedo en carcajada. Reúne a los niños, pídeles que cierren los ojos y hagan la risa más espantosa que se les ocurra: la del monstruo que vive bajo la cama, la bruja del bosque, el esqueleto que no puede dejar de reír. Te prometo que será imposible no terminar llorando de risa.

Puedes grabar el concurso con el móvil, o incluso hacerlo más divertido con disfraces improvisados y efectos caseros: una linterna debajo del rostro, una sábana, un gorro. Luego elige “la risa más contagiosa”, “la más loca”, “la más fantasmagórica”. Cada uno gana algo, aunque sea un abrazo o una galleta. Porque aquí no se trata de competir, sino de reír juntos, hasta que duela la panza.

A veces creemos que la felicidad está en las grandes salidas, pero se esconde justo aquí: en esas noches simples, con los niños riendo tan fuerte que se les escapa el aire. En esos segundos, el miedo deja de ser miedo. Y todo es amor disfrazado de broma.

4. Cine de miedo para niños (con mantas y palomitas)

El plan más clásico, pero también uno de los más especiales. Apaga las luces, prepara mantas, cojines y muchas palomitas, y convierte la sala en una pequeña cueva de brujas. Elige películas que den un poquito de miedo, pero que también hagan reír: El extraño mundo de Jack, Hotel Transylvania, Monster House, o alguna vieja joya de los 90.

Haz que los niños participen: que ellos elijan la película, decoren el espacio, sirvan las palomitas en bolsitas decoradas o preparen el “menú monstruoso” de la noche. Puedes incluso proyectar las películas en una sábana blanca o con un proyector casero. Lo importante no es la tecnología, sino el ritual: ese momento de estar todos juntos, bajo la misma manta, con la emoción de lo desconocido flotando en el aire.

Y cuando llegue una escena que asuste un poquito, abrázalos sin decir nada. Que sientan tu calor, tu risa suave, tu presencia. Porque Halloween no es solo disfraces o dulces… es ese instante de unión donde el miedo se vuelve excusa para acercarse más.

5. Cocina mágica: postres monstruosos

Hay algo profundamente tierno en ver a los niños con las manos llenas de harina y la lengua asomando de concentración. La cocina, cuando se comparte, se convierte en un pequeño laboratorio de amor. Este Halloween, transforma la tarde en una cocina mágica, donde todo lo que salga del horno tenga un toque de monstruo.

No necesitas recetas complicadas. Basta con unas galletas con forma de fantasma, cupcakes con ojos de caramelo, o una pizza con telarañas de queso. El secreto no está en que queden perfectos, sino en que se los inventen, que se manchen, que se rían cuando algo sale mal. Si se te quema una bandeja, ríete. Si el glaseado parece un accidente… también. Ellos recordarán eso: la risa, no el resultado.

Puedes encender unas velas, poner música de fondo y bautizar la cocina como “La Mazmorra del Chef Loco”. Dales cucharas como varitas, harina como polvo mágico, y verás cómo el espacio se llena de emoción. Porque cocinar juntos no solo alimenta el cuerpo, también alimenta la memoria.

6. Manualidades espeluznantes con reciclaje

¿Sabes lo que pasa cuando juntas cartón, imaginación y un toque de misterio? Nace la magia. Esta actividad es perfecta para estimular la creatividad sin gastar nada: usa botellas vacías, rollos de papel, cajas viejas, y conviértelas en fantasmas, murciélagos, calabazas o lo que se les ocurra.

Pon una mesa grande, cúbrela con un mantel que ya no uses (porque se va a manchar, créeme), y saca todo lo que tengas: tijeras, pegamento, marcadores, retazos de tela. No hay reglas. Cada creación debe tener historia, un nombre, una personalidad. Que el monstruo de cartón no solo exista: que tenga voz, carácter, hasta un secreto. Los niños aman eso: cuando lo inanimado cobra vida.

Además, es una forma hermosa de enseñarles algo sin decirlo: que lo importante no es comprar, sino crear. Que la belleza no está en lo perfecto, sino en lo hecho con las manos, con el alma, con lo que había a mano. Y cuando terminen, hagan una exposición improvisada. Caminen entre los monstruos como si fueran artistas en su propio museo. Ellos nunca olvidan esas cosas.

7. Casa del terror improvisada

Aquí empieza la locura buena. No hace falta tener un castillo oscuro ni efectos de Hollywood: tu casa puede transformarse en una mansión embrujada en cuestión de minutos. Apaga las luces, baja las cortinas, enciende linternas con papel de color rojo o violeta, y deja que la imaginación haga el resto.

Puedes dividir a la familia en dos equipos: uno diseña la “atracción del terror”, y el otro recorre las habitaciones como si fueran valientes exploradores. Usa lo que tengas: una sábana colgada como fantasma, una radio con sonidos extraños, muñecos tapados, o simplemente alguien escondido detrás de una puerta. El secreto está en el suspenso, no en el susto.

Y al final, cuando todos se hayan asustado lo justo, se sientan juntos en el sofá y se rían de los gritos falsos y las caídas exageradas. Porque sí, el miedo compartido une. Hace que los latidos se sincronicen, que las risas broten con más fuerza. Y en esa mezcla de adrenalina y ternura, hay algo que se siente eterno. Esa es la verdadera magia de Halloween: transformar lo cotidiano en aventura.

8. Lectura de cuentos oscuros con linterna

Apaga todo. Deja solo una linterna.

Esa luz temblorosa que baila sobre las paredes tiene algo que hipnotiza. Coloca unas mantas en el suelo, invita a los niños a sentarse cerquita, y empieza el ritual: la hora del cuento oscuro. No hace falta que sea de miedo puro; basta con que tenga misterio, risas y un toque de magia. Puede ser un cuento inventado o uno clásico: Coraline, El pequeño vampiro, Coco, o incluso una historia tuya de cuando eras pequeña.

Si te atreves, inventa la historia sobre la marcha. Deja que los niños participen, que elijan qué pasa después, que cambien el final si quieren. La clave no es contar, es compartir. Es verlos con los ojos muy abiertos, escuchando cada palabra, esperando el próximo susto con la emoción al borde de la sonrisa.

Cuando apagues la linterna y todo quede en silencio, tal vez alguno diga bajito: “¿Podemos leer otro?”. Y ahí sabrás que has creado algo más que una noche de Halloween: has abierto la puerta a un recuerdo.

9. Desfile familiar en el vecindario

Halloween también se vive afuera, bajo el aire fresco, las luces parpadeantes y el sonido de pasos disfrazados. Organiza un pequeño desfile familiar: salgan todos juntos, aunque solo sea por la cuadra o el jardín, mostrando los disfraces que crearon. No hace falta que sea un evento grande, basta con que se sienta como celebración.

Si hay más familias cerca, invítalas. Que cada niño camine mostrando su invento, que los adultos aplaudan, que alguien reparta caramelos o toque música con el celular. El vecindario se transforma cuando las risas se mezclan, cuando los niños se miran entre sí con esa complicidad que solo da la infancia.

Y tú… míralos bien. Mírales los ojos, los pasos, el orgullo. Porque crecerán, y un día ese desfile se convertirá en un recuerdo borroso. Pero el sentimiento, esa sensación de pertenecer, se queda para siempre.

10. Fogata o picnic nocturno con historias de miedo

Si tienes jardín, terraza o un pequeño espacio al aire libre, esta es la joya del cierre. Prepara una fogata o picnic nocturno, con mantas, bebidas calientes y algo para picar. Enciende el fuego, o unas velas si no hay fogón, y dejen que el calor los reúna. Es hora de contar historias.

Cada quien puede inventar una: unas de miedo, otras de risa, otras que no tengan ni pies ni cabeza. Lo importante es escucharse, mirarse a los ojos a la luz del fuego. El silencio entre historia e historia se llena de viento, de olor a humo, de risas que se apagan y vuelven a nacer.

A veces, cuando el fuego ya se va apagando y los niños empiezan a bostezar, uno se da cuenta de algo profundo: no hay que viajar lejos para crear magia. Solo se necesita tiempo, presencia y el deseo de estar.

Y Halloween, en su fondo más sincero, no es una fiesta de miedo… es una excusa para volver a sentirnos vivos juntos.

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