No te voy a mentir: nunca pensé que la maternidad gamer existiera como concepto real hasta que me vi a las tres de la mañana, con un bebé dormido sobre mi pecho, un biberón todavía tibio en la mesa y el control de la consola a un lado. Entre bostezos y esa calma extraña de la madrugada, lo entendí: ser mamá no me había quitado las ganas de jugar… me había obligado a subir de nivel.

Porque sí, la maternidad ya es, de por sí, el videojuego más desafiante que una mujer puede experimentar. Pero cuando lo combinas con esa pasión que arrastras desde la adolescencia —los videojuegos, las partidas interminables, los checkpoints que te salvan la vida—, descubres que la vida es exactamente eso: una mezcla rara de biberones y pantallas encendidas, de ternura absoluta y de partidas pausadas en el momento menos oportuno.

Ser gamer no se apaga con un parto

Hay gente que cree que la maternidad apaga todas tus versiones anteriores. Que cuando nace tu hijo, muere la chica que bailaba en conciertos, la mujer que maratoneaba series, la gamer que gritaba de emoción al pasar un nivel imposible. Yo no lo sentí así.

Claro, hubo días en que la consola parecía un adorno inútil en el mueble. Días de cansancio brutal donde el joystick se veía a kilómetros de distancia. Pero después de las primeras semanas entendí que no tenía que renunciar a mí misma para ser una buena madre. Que, de hecho, mi hijo necesitaba una mamá feliz, con pasiones, con escapes, con mundos propios además de él.

El gaming, para mí, fue una manera de recordar que existo más allá de la maternidad. Y no, no me hizo menos madre. Me hizo más completa.

El nuevo multijugador: bebé incluido

¿Sabes qué descubrí? Que la vida gamer cambia, pero no desaparece.
Antes jugaba online con amigos hasta las tres de la mañana. Ahora también estoy despierta a esa hora… solo que con una nana de fondo y un bebé en brazos. La diferencia es que aprendí a jugar en modo multitasking:

  • Una mano sostiene el control, la otra acaricia la cabecita que descansa en mi regazo.
  • El volumen baja al mínimo, porque el verdadero “boss final” es despertar al bebé.
  • Los checkpoints se convierten en pausas para preparar biberones o cambiar pañales.

Y aunque parezca caótico, hay algo hermoso en ese nuevo multijugador. Ya no compito sola: siento que estoy acompañada en cada partida. No sé si mi hijo recordará esos momentos, pero yo sí: esas madrugadas donde mi consola y yo no dejamos de ser, incluso mientras aprendía a ser mamá.

Subir de nivel: paciencia desbloqueada

Si algo me enseñaron los videojuegos fue a intentar una y otra vez. ¿Cuántas veces perdí contra un jefe final antes de aprender el patrón perfecto? ¿Cuántas veces reinicié un nivel imposible hasta dar con la estrategia adecuada?

La maternidad se parece mucho a eso.
Los primeros meses son un tutorial infinito donde nada sale a la primera: el bebé llora y no sabes si es hambre, sueño, frío o simplemente ganas de llorar (como tú). Te equivocas, vuelves a intentar, ajustas el movimiento. Exactamente igual que en un videojuego.

Pero también hay recompensas: cuando logras que duerma dos horas seguidas, cuando sonríe por primera vez, cuando te mira como si fueras la heroína más grande del mundo. Y créeme, ningún trofeo digital se compara con ese logro.

Biberones como power-ups

Me gusta pensar en los biberones como power-ups. Cada uno da energía, calma, resistencia. A veces, mientras preparo uno a toda prisa, siento que estoy en un minijuego contrarreloj. ¿Agua templada? ¿Medida exacta de leche? ¿Sacudir sin grumos? Todo en segundos, porque el llanto no espera.

Y cuando finalmente lo logro, me invade esa misma satisfacción que en un videojuego: la de haber resuelto un puzzle bajo presión. Quizá suene exagerado, pero cada mamá sabe que esos microéxitos se sienten como medallas invisibles.

Checkpoints emocionales

La palabra “checkpoint” tiene un peso especial cuando eres mamá gamer. En los juegos, significa seguridad: un punto desde el cual puedes volver si las cosas salen mal. En la maternidad, esos checkpoints son momentos de respiro.

  • Cuando alguien cuida al bebé y tú puedes darte una ducha tranquila.
  • Cuando logras dormir una siesta de 20 minutos que se siente como ocho horas.
  • Cuando tu pareja llega y te suelta un “yo me encargo ahora”.

Esos son tus checkpoints emocionales. Pequeños salvavidas que te recuerdan que no todo es caos eterno. Que siempre hay una pausa donde puedes respirar y seguir avanzando.

El juego cooperativo más real

Si tienes pareja, la maternidad es el juego cooperativo más intenso que existe. Olvida Overcooked o It Takes Two: aquí la coordinación es real y las consecuencias también.

Un ejemplo: mientras uno prepara un biberón, el otro calma el llanto. Uno dobla ropa, el otro intenta dormir al bebé. La comunicación se vuelve clave. Si fallan, ambos pierden. Si logran sincronizarse, desbloquean paz temporal.

Y ojo: también se juega en solitario. Porque muchas veces la mamá queda a cargo de todo, sin “player two” presente. Y es ahí donde descubres que eres capaz de superar niveles imposibles aunque estés exhausta. Esa es la verdadera resiliencia gamer.

Nostalgia de la gamer que fui

No voy a negar que extraño mis tardes libres de antes. Esas maratones de juego sin interrupciones, esa adrenalina de jugar online con amigas sin mirar el reloj. A veces siento un vacío, como si hubiera dejado atrás una versión de mí que no volverá.

Pero al mismo tiempo, esa nostalgia me recuerda que todo en la vida son etapas. Que ahora mi juego principal es otro, y que eso no quita que en algún momento vuelva a sumergirme en mundos virtuales como antes. La gamer sigue aquí, solo que con pausas más largas, con partidas más cortas, con prioridades nuevas.

Criar con videojuegos: sí, se puede

¿Y sabes qué es lo más lindo? Que un día tu hijo crecerá, y podrás compartir con él esos mundos que tanto amas. Imagínate: enseñarle a pasar su primer nivel, reír juntos en Mario Kart, descubrir universos de fantasía a su lado.

La maternidad gamer también es eso: heredar pasión, compartir juegos, crear memorias en pantallas y fuera de ellas. Porque al final, los videojuegos no son solo entretenimiento: son historias, son creatividad, son conexión. Y qué mejor regalo para un hijo que enseñarle a jugar… contigo.

Pausas necesarias

Hay algo que aprendí a golpes: no todo es jugar. Hay momentos en los que la consola tiene que apagarse porque el cansancio me gana, porque necesito silencio, porque el bebé me reclama al 100 %. Y no pasa nada.

La maternidad te enseña que pausar no es rendirse, es cuidarte. Así como en un videojuego guardas partida y retomas después, aquí también: puedes dejar de lado la consola, descansar, y volver cuando tengas fuerzas.

Mamás gamers: comunidad invisible

Lo curioso es que cada vez descubro más mujeres como yo. Mamás que no dejaron de ser gamers. Que entre pañales y biberones siguen pasando niveles, aunque sea a paso lento. Es una comunidad silenciosa pero real.

En foros, en grupos pequeños, en redes, siempre encuentro una mamá gamer que me dice: “yo también juego mientras amamanto” o “mi hijo ya reconoce el sonido de mi consola”. Y esa complicidad me hace sentir acompañada, entendida, validada.

Ser mamá gamer no es inmaduro

Hay un prejuicio fuerte ahí fuera: que ser mamá gamer es de inmaduras, que “esas cosas son para adolescentes”. Qué equivocación tan grande.

Los videojuegos son cultura, son narrativa, son estrategia. Y también son terapia. En medio del agotamiento, encender mi consola me ha dado paz, risas, distracción. Me ha recordado quién soy. Eso no es inmadurez, eso es autocuidado.

Final boss: la culpa

El verdadero enemigo en esta partida no son las desveladas, ni los pañales, ni los llantos. Es la culpa. Esa vocecita que te dice: “deberías estar 24/7 con tu hijo, ¿cómo es posible que juegues a la consola?”.

Aprendí a silenciarla. Porque una mamá que se da espacio, que se permite disfrutar, que sigue conectada con lo que le apasiona, es una mamá más plena. Y eso beneficia también al bebé.

Así que sí: juego. Y no me siento culpable.

Epílogo: el juego nunca termina

La maternidad no es un nivel con final claro. Es un juego infinito, con expansiones inesperadas, con mapas ocultos que se van revelando poco a poco. Y ser gamer me ha dado las herramientas para transitarlo con paciencia, con humor, con estrategia.

A veces pierdo. A veces reinicio. Muchas veces me siento sin energías. Pero luego miro a mi hijo y pienso: vale la pena cada partida.

Y entonces, vuelvo a empezar.

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