El Día Mundial de la Lactancia Materna no es solo una fecha, ni un evento de hospitales o campañas en redes sociales. Es una semana completa —del 1 al 7 de agosto— que se abre como un espacio para hablar, con todas sus letras, de algo que ha estado demasiado tiempo silenciado: el acto de amamantar. Sus luces, sus sombras, sus heridas, sus logros. Y sobre todo, la historia invisible de millones de mujeres que lo viven en carne propia.
La fecha no es casual. Desde 1992, la Alianza Mundial pro Lactancia Materna (WABA) impulsó la creación de esta conmemoración junto con UNICEF y la OMS, con un propósito claro: proteger, promover y apoyar la lactancia como un derecho humano. Pero ¿por qué una semana entera? Porque hay mucho más que decir que un simple “dar el pecho es bueno”. Porque el cuerpo materno ha sido exigido, opinado y reglamentado durante siglos, pero raras veces acompañado.
¿Por qué del 1 al 7 de agosto?
La semana fue elegida para conmemorar la Declaración de Innocenti, firmada en agosto de 1990 por la OMS y UNICEF, en la que se comprometieron a proteger la lactancia como pilar fundamental de la salud infantil y materna. Esta declaración marcó un antes y un después en la forma en que el mundo miraba el acto de amamantar: ya no como un instinto biológico aislado, sino como un acto profundamente social, político y humano.
Celebrar del 1 al 7 permite darle tiempo real al tema, no reducirlo a un post del día. Porque la lactancia no es un instante. Es una experiencia larga, exigente, llena de matices. Requiere apoyo, red, educación, empatía. Y todo eso no cabe en una sola jornada. Una semana invita a conversar, a debatir, a crear comunidad. A veces incluso a reconciliarse con una experiencia que fue dura, o que no fue como se esperaba.
La leche materna: el alimento más político del mundo
Sí, lo es. Porque dar la teta no ocurre en el vacío. Ocurre en sociedades atravesadas por desigualdades: de género, de clase, de acceso a la salud. No todas las mujeres pueden lactar en las mismas condiciones. Algunas trabajan sin descanso desde las primeras semanas, sin un espacio digno para extraerse leche ni tiempo para recuperarse. Otras viven en contextos donde la información confiable no llega, o donde la presión de la industria láctea las empuja hacia el destete antes de tiempo.
En este contexto, promover la lactancia no puede ser solo un cartel bonito. Tiene que ir acompañado de políticas públicas reales: licencias maternales suficientes, apoyo profesional desde el inicio, acompañamiento emocional, espacios seguros. Cada agosto, el Día Mundial de la Lactancia Materna nos recuerda que no basta con decirle a una mujer “da el pecho”. Hay que sostenerla para que pueda, si quiere. Y respetarla si no.
Lactancia y feminismo: ¿contradicción o alianza?
Durante años, la lactancia fue vista como una trampa del patriarcado. Algo que ataba a la mujer a la casa, que la limitaba, que la encerraba en un rol biológico. Pero en los últimos tiempos, muchas voces feministas han empezado a recuperar la lactancia como un acto de poder, de autonomía, de revolución íntima. Porque sí, es cierto: amamantar implica renuncias, desgaste, disponibilidad constante. Pero cuando se elige con libertad y se acompaña bien, puede ser también una forma de reconexión con el cuerpo, con el bebé, con una misma.
La lactancia no debería ser ni obligación ni bandera. Debería ser una posibilidad real, respetada, cuidada. El Día Mundial de la Lactancia Materna no impone una forma de maternar. Lo que propone es que podamos hablar de esto sin miedo, sin vergüenza, sin culpa. Y que podamos elegir desde la información, no desde la presión.
¿Qué se hace durante la Semana Mundial de la Lactancia?
Durante esta semana, en muchos países se realizan actividades públicas, charlas, encuentros, talleres y campañas que buscan acercar información clara, honesta y libre de juicio sobre la lactancia. También es un momento para que profesionales de la salud, instituciones y organizaciones sociales compartan herramientas de apoyo a las madres.
Pero lo más importante es lo que ocurre en lo íntimo. Porque cada año, del 1 al 7 de agosto, muchas mujeres se animan a contar su historia. A compartir sus fotos, sus dudas, sus logros. A decir «esto me costó», «esto me dolió», «esto me transformó». Y en ese acto de narrarse, de ser escuchadas, se construye algo mucho más fuerte que una campaña: se construye comunidad.
Acompañar sin juzgar: la clave que todavía falta
No todas las madres dan el pecho. Algunas porque no pudieron, otras porque no quisieron, y muchas porque no se sintieron sostenidas. Y es importante repetirlo todas las veces que haga falta: eso también está bien. La salud mental materna es tan importante como la nutrición, y una mujer que se siente presionada, sola o fracasada no está en condiciones de cuidar a nadie, ni siquiera a sí misma.
El Día Mundial de la Lactancia Materna debe ser, sobre todo, un espacio para escuchar sin corregir, apoyar sin invadir y cuidar sin imponer. Porque si algo enseña la maternidad, es que cada historia es única, y lo que para una fue empoderamiento, para otra puede haber sido un calvario. Validar ambas experiencias es el primer paso para una sociedad más humana.
Del 1 al 7 de agosto no se celebra la leche. Se celebra el acto de alimentar desde el cuerpo, desde la entrega, desde una conexión ancestral que merece ser nombrada sin idealizarla ni esconderla. Se celebra el derecho a elegir, a saber, a sentirse acompañada. Se celebra la posibilidad de criar con amor, cualquiera sea la forma.
Y sobre todo, se celebra a las mujeres. A las que lactaron, a las que intentaron, a las que no pudieron, a las que no quisieron. A todas las que pusieron el cuerpo, el alma, el tiempo y la piel. Porque hablar de lactancia es hablar de ellas. Y escucharlas, por fin, es también una forma de sanar.