No sé si alguien más lo ha pensado, pero Pokémon y maternidad tienen mucho más en común de lo que parece. Cuando nació mi hijo, me descubrí viviendo emociones tan cambiantes que, si alguien hubiera hecho una Pokédex de mi corazón, habrían sido al menos 151 estados de ánimo distintos. Sí, como los originales, los de la primera generación.
Y no exagero. Porque la maternidad es así: un día despiertas sintiéndote como un Snorlax que solo quiere dormir, y a las dos horas ya estás en modo Pikachu, chispeante, con energía que no sabes ni de dónde salió. Cada emoción llega como un Pokémon salvaje: inesperada, caprichosa, a veces entrañable… y otras, francamente agotadora.
El caos adorable de ser mamá (y entrenadora)
Ser madre es como empezar tu aventura en Kanto sin tutorial. Te sueltan al mundo con una criatura nueva en brazos y, aunque hayas leído todos los libros de crianza, la verdad es que nadie te dice cómo se siente cuando ese pequeño “Charmander” llora a las tres de la mañana.
Y ahí estás tú, entre el miedo y la ternura, pensando: ojalá hubiera una Pokébola para dormirlo rápido. Pero no, lo que tienes es tu pecho, tu arrullo y esa paciencia que aparece de la nada. Porque sí, el instinto maternal es como un poder oculto que solo se desbloquea cuando te conviertes en mamá.
Hay días en los que me siento como Bulbasaur: con raíces firmes, tranquila, conectada con la tierra. Otros, como un Jigglypuff, porque canto nanas hasta quedarme afónica y, aunque me encantaría que todos durmieran, los únicos que caen rendidos son mi marido y el perro.
Las batallas diarias: no contra entrenadores, sino contra el cansancio
La maternidad no es un gimnasio Pokémon, pero vaya que parece uno. Cada día es una prueba de resistencia.
- El gimnasio de la paciencia.
- El gimnasio de no perder la calma cuando hay berrinche en el supermercado.
- El gimnasio de cocinar, limpiar y responder mil preguntas sin explotar.
Y lo curioso es que no hay medallas brillantes que te entreguen por cada logro. Tu recompensa son sonrisas, abrazos pegajosos de chocolate y esa vocecita que te dice “mamá” aunque estés agotada.
Yo lo veo así: cada berrinche es como enfrentarte a un Gyarados salvaje. Primero te intimida, después te pone a prueba y, si logras mantenerte firme, te das cuenta de que, en el fondo, no era tan invencible.
Los 151 estados de ánimo de una mamá
No te los voy a listar todos, porque sería interminable (y porque seguro se me escaparían unos cuantos). Pero sí puedo contarte algunos que me persiguen día a día:
- Modo Pikachu: chispa, energía, alegría contagiosa.
- Modo Psyduck: confusión total, especialmente cuando me hablan tres personas al mismo tiempo.
- Modo Snorlax: sueño eterno, aunque mi hijo crea que dormir es opcional.
- Modo Rapidash: corriendo de un lado a otro, intentando llegar a todo.
- Modo Meowth: ingenio para sobrevivir, aunque el presupuesto no alcance.
- Modo Jigglypuff: canto, paciencia… y un poquito de desesperación.
- Modo Mewtwo: poder interior, fuerza que ni sabía que tenía.
- Modo Eevee: cambiante, impredecible, nunca igual dos días seguidos.
Y así, uno tras otro, como si mi corazón fuera un juego de cartas donde nunca sabes cuál saldrá primero.
La ternura escondida en lo caótico
Lo más hermoso de todo es que, aunque me sienta como un Machop cargando bolsas, mochilas y un niño al mismo tiempo, hay momentos donde todo se calma. Esos instantes en los que mi hijo se queda dormido sobre mi pecho y el mundo parece detenerse.
Ahí me vuelvo un Chansey, pura suavidad, cuidando con amor. Y pienso: “sí, vale la pena cada desvelo, cada lágrima, cada duda”.
Porque ser mamá no es una lucha constante contra criaturas salvajes: es aprender que dentro de ti habitan cientos de versiones distintas, como una colección infinita de Pokémon, todas listas para aparecer en el momento exacto.
El humor como superpoder
Si algo he aprendido es que el humor salva. Cuando todo se complica, cuando me siento atrapada en una cueva sin salida (hola, Zubat de la vida real), la risa es mi cuerda de escape.
Me río de mí misma, de mis despistes, de mis “evoluciones fallidas”. Porque, sí, a veces intento ser la mamá perfecta y termino como un Magikarp dando coletazos torpes. Pero, ¿sabes qué? Hasta Magikarp se convierte en Gyarados. Y yo también.
El humor es ese ataque sorpresa que me mantiene de pie, incluso cuando no tengo pócimas ni centros Pokémon a la vista.
Evolucionar sin perder la esencia
La maternidad es una evolución constante. No eres la misma mujer que eras antes, ni la misma que serás mañana. Cambias, creces, te transformas. Y aunque a veces duela dejar atrás ciertas versiones de ti, descubres nuevas fuerzas, talentos y sensibilidades.
Es como si fueras un Eevee eterno: cada etapa te ofrece la posibilidad de evolucionar hacia algo distinto. A veces en Flareon, intensa y pasional. A veces en Vaporeon, fluyendo con calma. Y otras en Jolteon, chispeante y explosiva.
Lo mágico es que, a diferencia del juego, en la vida real no tienes que escoger solo una evolución. Puedes ser todas, según el día, según la emoción.
El regalo de la maternidad (y su verdadera Pokédex)
Al final, creo que los 151 estados de ánimo de una mamá no son una carga, sino un tesoro. Porque cada uno te recuerda que estás viva, que sientes, que amas con toda la intensidad posible.
La maternidad te rompe y te reconstruye. Te obliga a enfrentarte a tu Psyduck interior y, al mismo tiempo, te da el poder de un Mewtwo para proteger lo que más amas.
Y aunque a veces quieras huir como un Abra teletransportándose, lo cierto es que siempre regresas. Porque este viaje no es solo sobre criar a un hijo, es sobre descubrirte a ti misma en todas tus formas, como si dentro de ti existiera la verdadera Pokédex emocional.
Un guiño final
Si alguna vez te sientes perdida, recuerda esto: ninguna mamá nació sabiendo. Todas estamos atrapadas en cuevas de Zubat alguna vez, todas hemos querido dormir como Snorlax y todas hemos deseado tener la paciencia infinita de un Chansey.
Pero lo importante es que, con cada paso, con cada batalla, con cada risa y cada lágrima, vas llenando tu propia Pokédex de emociones. Y créeme, no hay colección más valiosa que esa.
Porque al final, Pokémon y maternidad nos enseñan lo mismo: no importa cuántas veces te caigas o te equivoques, siempre puedes levantarte, evolucionar y seguir amando con todas tus fuerzas.